El verano cuando era niña, significaba caminar bajando desde el Barrio Miramar por las calles de tierra hasta el Galpón de Lapeyrade. Un bolso con una toalla, algunas galletitas y cuando se podía unos juguitos congelados que vendían por tiras de todos los colores en el kiosco del barrio, porque en esa época comerte un Fantoche ¡era un lujo!

Antes de lograr ver el mar, ya comenzaban las apuestas “está bajando”… “no, no… está subiendo” jugábamos a adivinar si la marea estaba baja o en su punto más alto. Allí se definía todo: el tiempo que podíamos quedarnos, meternos al agua o si el aire de mar nos echaría en apenas unos pocos minutos.

Crecí con el frío del agua salada, los pies descalzos y la ilusión de saber que haga lo que haga mamá siempre estaba ahí. Con su crema Sapolan Ferrini (esas de las azules, las de antes), la blancura de su piel enrojecida por el sol patagónico y la sonrisa en su rostro como cada vez que podía mirar al mar saboreando esos instantes de paz. Ese mar caletense de la década de los ’80, definitivamente era nuestro espacio de libertad, un lugar dónde aprendimos a admirar a la naturaleza, a cuidarla y convivir con todos los pibes de otros barrios. Conocimos parte de la vida social en esos años cuando todavía éramos un pueblito azul que crecía a la luz del petróleo con toda una vida por descubrir.

Este año cuando comenzamos a transitar el minuto uno de la pandemia, esta pandemia que nos partió en mil pedazos (no a todos, porsupuesto). La pandemia de la “desigualdad” como muchos la están llamando. Desde marzo del 2020 cuando inició este “tsunami en cámara lenta” pocos podíamos prever lo que sucedería. Entre el miedo, la incertidumbre, la negación y la supervivencia, hoy en vísperas de un nuevo aniversario de nuestra Caleta Olivia ¿Qué podemos celebrar este 20 de noviembre?

Por eso elegí este día para presentar la versión de Etnográficas 2020. Este proyecto que viene tomando forma desde 2018, con demoras, desvíos y nuevas interpretaciones ¿Qué sería de nosotros sino nos animamos a seguir soñando? A retrocer mil veces hasta reencontrar nuestra esencia, hasta reencontrarnos y saber quiénes somos.
Retornar a ese microscópico segundo en el tiempo que cambio nuestro rumbo, para perder el miedo, de enfrentar quienes somos, escuchar nuestra propia voz, sentir nuestra esencia y no enmudecer.

Así pienso hoy a la ciudad que me dio la vida, me vio nacer y con seguridad me abrazara en mis últimas horas. Hoy más que nunca, no podemos arriesgarnos a seguir esperando. Porque el mañana es incierto y ya no vale ¡Quedarse con las ganas!
Y otra vez la pregunta. Al escuchar en las últimas horas la angustia de nuestros vecinos, en medio de tanta improvisación, desinteligencia, soberbia e insensibilidad política y ciudadana ¿Qué puedo aportar desde mi lugar?


Cuando pase este momento de la historia, vamos a tener que mirar bien atrás. Porque ya no se tratará de reinventarse, será como comenzar de nuevo. Y si tenemos que comenzar de nuevo ¡Sí que lo haremos! Pero no nos olvidemos de todo lo que dejamos atrás, del pasado de pioneros laburantes, hombres y mujeres que hicieron grande a esta ciudad en sus momentos de esplendor. No olvidemos a nuestros muertos, a sus enseñanzas, a sus ejemplos. No olvidemos a nuestros jóvenes, niños con una educación tan postergada, a la falta de oportunidades, a las incoherencias, tampoco olvidemos a nuestros abuelos. Fuente de sabiduría inagotable. A nuestros comerciantes, no olvidemos quienes somos y quienes fuimos en este tiempo.


Y fundamentalmente, no olvidemos a los trabajadores de la salud que en estos tiempos nos enseñaron mucho más de lo que podemos ver ahora. ¡Gracias!


Hoy, en este inminente verano me invito a retomar esa parte del camino en donde me perdí, regreso a mi sueño de juventud de “Escribir, escribir para mí, escribir para decir, para incomodar, escribir para luchar”. Por eso, hoy en este 119° aniversario de Caleta Olivia con respeto, humildad y cariño les presento a la nueva Etnográficas: Periodismo antropológico, artesanal, de pretensiones culturales buscando con una mirada crítica, plural y diversa del presente, rescatar memoria y apostar siempre, a escribir para el futuro.

Dedicada a las mujeres de mi familia que viven en mí, me inspiraron y forjaron para nunca darme por vencida
A mi bisabuela Albina Escobar Muñoz†
A mi abuela Albina Santos
A mi madre Shirley Rodriguez †
A mis hijas Aimé y Alma
A mi nieta Mía Julieta

Laura Córdoba

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