La tristeza acumulada de los días no nos permite asimilar el dolor de la muerte intempestiva, absurda, lejana cuando al fin se hace real. Quienes caminaron a nuestro lado en esta vida nos enseñaron algo, estoy segura que en algún lugar nos volveremos a encontrar. Cuando la pesadilla de esta pandemia se termine el futuro nos demandará reconstruirnos de raíz, volveremos a mirarnos de frente sin barbijos y sabremos si fuimos capaces de ser mejores humanos, de dejar atrás los egoísmos, la maldad y avaricia. En un enero caluroso del verano del 2022, el covid-19 se cobró la vida de más de mil santacruceños. Me sumerjo en esta virtualidad para rendir un sencillo homenaje a mis hermanos y hermanas de esta tierra sureña. Que descansen en la paz del amor de sus seres amados, que sus recuerdos, enseñanzas perduren en la eternidad de nuestros pensamientos.
El dolor de este mundo es insoportable ¿Qué nos queda? Guardamos elementos cortantes, enrejamos las ventanas y escondemos las pastillas que podrían complacer a la perversidad de la oscuridad más profunda: es real, la muerte baila en la vereda y la angustia del miedo inevitable poco a poco se vuelve parte de nuestra rutina. Disimulo las lágrimas entre libros. Silenciosamente rezo en todos los idiomas una plegaria para aliviar el dolor de tu alma. Cada segundo del tiempo de esta pandemia que nos tocó en suerte aprender a llevar me hace pensar en la fragilidad de la vida, la velocidad que nos recorre por las venas a cada segundo observando impávidos como la muerte nos está ganando la pulseada. Nos aferramos a los instantes de esperanza como si fueran barcos hundiéndose en la inmensidad del océano, pero no alcanza. Hay días que apenas logramos sostenernos en pie, que apenas respiramos. Nos mantenemos vivos casi como si fuera un milagro. Celebramos cada mañana porque no sabemos cuándo será la última. El último abrazo, la última mirada, la última palabra antes del adiós.
Hoy llegamos al registro de más de mil fallecidos por covid en Santa Cruz desde el inicio de la pandemia. Más de mil cuerpos que partieron hacia la eternidad antes de tiempo. Mil historias con un final mutilado, mil caricias perdidas en la falta del último adiós. Familias completas desmembradas lentamente por la muerte que no perdona. El dolor es mundial. Mi dolor es mundial. Quisiera poder abrazar a todos y cada uno. Pero, ¿Cómo podremos asumir el tiempo de la despedida? ¿Cómo lograr asimilar que este tiempo llegó a su fin? Que la vida tal como la conocíamos ya nunca más volverá a ser. Las vidas no vividas que fueron arrebatadas por esta pandemia son irremplazables. Hoy, tomo aire, respiro profundo y observo en silencio el mar que nos recuerda la brevedad de nuestro paso por este mundo.
El miedo a la muerte es real, su ángel despliega las alas que danzan dichosas en cada rincón del planeta. Insisto, ¿Cómo podremos escapar a la crueldad de este dolor? ¿Cómo podremos decirles a nuestros seres amados cuanto desearíamos poder respirar por ellos? Un abrazo más, una vuelta más antes de partir. Una última palabra que nos dé la fuerza para no dejarnos caer en la más absoluta oscuridad, una vuelta más para no rendirnos ante la soledad que nos abraza en el final del último suspiro.
Hoy, cuando pienso en las despedidas y pienso en la muerte, algo cambió. Mi miedo no se mantuvo intacto, definitivamente muto. Cuando pienso en el final, si me tocara partir antes de tiempo, como a mis hermanos, ya no tengo tanto miedo porque cuando me llegué la hora voy a volver a caminar por las calles de mi pueblito azul. Volveré a mirar de frente con la cara al sol para saludar a mis vecinos que se fueron antes que yo.
Al amigo de la rotisería le diría cuánto lo extrañan sus clientes. A los pibes, los vería jugando un picadito por las canchitas de los barrios. Me cruzaría a Pinino en una caminata por los senderos en los contornos de nuestra ciudad, siempre con la sonrisa intacta y la valija cargada de sueños. Acompañaría a Wilson en un puerta a puerta, militando una vez más, por los viejos tiempos!! A los padres de Ivana los vería compartiendo el amor de su familia, trabajando para mantener viva la fe y disfrutar un día mas. Visitaría a quienes se fueron antes que yo, a ese vecino, amigo, hermano les contaría como está la ciudad, como a pesar de todo la seguimos peleando. A Mirta, que no llegué a conocerla la abrazaría fuerte y le diría cuanto la extrañan. Le agradecería el amor hacia mi nieta, y cuando se ocupó de cuidar a mi hija cuando yo no pude. Cuando yo me vaya los veré a todos ellos. A los amigos del café sentados en la estación tomando un cortadito. Siempre ahí para invitar con una sopa caliente a quien la necesite. A Dante siempre atento y dispuesto a ayudar. A Marta, a Claudia, a Seba, a Raúl, a Ricardo. Andrea… Ana, Romina, Fanny… a todos, a todas. Recordaré todo lo que me hicieron sentir cuando se fueron, aunque no los conocía a muchos, cuando su partida nos golpeó sin piedad dejándonos un vacío eterno.
Es difícil imaginar el momento de la despedida final. El temblor de nuestro cuerpo luchando por despertar de lo que parece una pesadilla, los ojos que se pierden mirando hacia la nada. El sonido de tu voz que se apaga con un nudo infinito en la garganta cuando al fin escuchas esas palabras: “lo sentimos mucho, hicimos cuanto pudimos”. El corazón se acelera, en ese mismo instante que el tiempo se detiene y su rostro se dibuja en tu mente. Vuelven a vos sus últimas palabras. Ese sonido que esperas atesorar por el resto de tu vida. Gritos silenciosos acumulados en tu mente, lágrimas sin control que estallan nublando ese segundo, ese momento en que la muerte se hace real y nos sentimos desorientados, abatidos y poco a poco nos hundimos en la más profunda soledad, en la soledad de la muerte que nos abraza y nos dice que llegó el final.
Hoy, más de mil santacruceños nos faltan. Se fueron antes de tiempo, a muchos se los llevó el covid. Otros padecieron sus efectos, ninguno de nosotros esta ajeno a tanto dolor. En los tiempos que se avecinan dependerá de toda la ciudadanía que sus sueños, esperanzas y luchas continúen vivas en nuestra memoria para no rendirnos ante el dolor, renovar la fe y ver renacer de las cenizas esta tierra del sur.
Por Laura Córdoba para etnográficas.com